jueves, 6 de febrero de 2014

La guitarra me hablaba

    
   Sonaba Jimi Hendrix, el mismo de la guitarra infinita, el de los mil colores musicales y millones sensaciones auditivas. Era un caluroso día de verano, incluso la ciudad ardía en llamas, no sólo de fuego, sino de calientes sujetos y mujeres exitadas por el sol, con llamativos vestidos y figuras bailando por el feo cemento. Yo y mi mente ibamos sin dirección alguna, pero disfrutando de la sombra de algunos árboles y edificaciones, mi mente llevaba a mi cuerpo con sus locas ideas, percepciones extrañas, ya no disfrutaba del tabaco al caminar eran meses sin fumar, pero el ácido alimentaba esas pupilas destinadas a sacudir el cerebro y conectar la sencillez en estados humorísiticos bajo un astro rey que parecía quemar todo, menos mi chistosa mente que atravesaba los callejones, acompañado de un cuerpo deambulante que tapaba su rostro con oscuros lentes, otorgando cuotas de misterios para los demás que tal vez ni siquiera pierden tiempo u ocupan tiempo para pensar cosas fuera de lo común, de lo normal, analizar cosas raras, tratar de inventar una historia tras unas gafas, tras esa estática sonrisa. Nadie podría pensar que en ese mismo instante van dos personas diferentes en un mismo recipiente conversando de la vida, uno con voz interna y el otro a través de movimientos. Hendrix decía sexualmente Foxy lady y la calle era un desierto recargado de energías solares, adecuadas o inadecuadas para un humano que saboreaba olores, tocaba colores y reía lisergícamente hasta llegar a un parque y observar el universo, su universo...

Nicolás Cuevas P.