(El grito - Edvard Munch, 1893)
No sé de qué te sorprendes, si te
hablo directamente a ti que lees estás líneas, observarás con atención cada
palabra, pues busco llamar la atención, pero de un modo diferente, no me
desnudaré, ni generaré polémica, sino me remitiré a escribir hechos que se han
desarrollado por años, que asumiste con normalidad y ahora te sorprendes.
En el último tiempo el mercado ha
sido desenmascarado sutilmente para la opinión pública, que durante años
entendió el juego social de endeudarse como único camino para el desarrollo
educacional, habitacional, de salud, elaborando un sistema que sólo te ayuda y
tiende la mano si vendes tu alma al diablo.
Durante más de treinta años el
modelo neoliberal se ha posicionado como la alternativa económica para el
desarrollo nacional, fue impuesta, y hasta el momento sigue siendo poco
democrática. El libre mercado no ha dado soluciones profundas de mejorar la
calidad de vida de los individuos (antes personas, en un futuro no muy lejano
escorias humanas). Quizás, gente mayor me diga: “antes la pobreza estaba al
frente de tus narices, el país ha progresado, ahora todos pueden estudiar,
todos pueden viajar, todos... bla bla bla”. Es cierto, hace medio siglo atrás
Chile era otro, demasiado diferente, no lo conocí, he leído de él, me han hablado
de aquel pedazo de tierra olvidado entre la cordillera, el desierto, y el
océano. Pero la pobreza continúa, tal vez ya no es explícita, no se ven niños
descalsos, ni caretas sucias, pero se observa un universo de individuos
clasificados en segmentos socioeconómicos, delimitados por terrenos, comunas, barrios;
conductas de consumo, se ha disfrazado la pobreza, un país de pobres diablos
que aparentan un rol, status, que intentan estar a la vanguardia en moda,
tecnología, tendencias, repitiendo incansablemente los patrones establecidos,
hasta llegar a la caricatura de cada estereotipo.
¿Te sorprende qué alguien gane
180.000 pesos?, ¿qué no haya alternativa para vivir sin endeudarte? O qué el cartel de un festival de música no
sea lo suficientemente atractivo para ir posar al mundo de “Bilz y pap”, durante
unas horas, nos abstraemos de todo, casi dejamos de ser el tercer mundo, todos
es artificialmente plástico, lindo, sólo gente linda, y los feos, bueno la gente así tiene estilo. Cuando niños vimos con asombro un patrón imperialista entre perdedores y populares: ahora se replica en los colegios chilenos, el acceso al
mundo de fantasía (redes sociales, que se aparta de la realidad tangible) ha
modificado tales concepciones, existe si es masivo, lo demás es obviado,
ignorado, y caemos en el juego de los imbéciles. La cultura la han transformado
en una prostituta, que no tiene interés en educar, transformar, destruir o crear, sino en vender al mejor
postor, y replicar los modelos de poderosos, tampoco en representar, ni rescatar una identidad, conservar
tradiciones o descubrir una realidad escondida... para algunos ojos.
El
problema de raíz es no querer aceptar los que somos: pobres, camuflados en máscaras de arribismo, pues tenemos acceso a poseer la máquina del momento, el disfraz del momento, y la postura
del momento. Te sorprendes al ver en el espejo y no cuestionar toda la linda
hipocresía que te rodea. Probablemente no, ni te interesa, hoy me levante con
ganas de escribir de aquello, lo falso, lo sin sentido, reproducción de cosas
que se mueven: bacterias escondidas en cuerpos de personas que acatan y aceptan todo, compran todo, agarran hasta los fierros calientes. Es mi visión, para molestar a esos seres humanoides que actúan en la vida cotidiana con miedo, sin ser lo que son, títeres del mundo artificial, para mí
están mal. Cada una de estas palabras no alcanza en una canción. ¿Gente extraña o yo soy un extraño?
Nicolás Cuevas