jueves, 30 de agosto de 2012

Hoy y mañana


   

   Quizás, lo que menos importe es cómo cada uno elija vivir, tal vez, ese sea un detalle de todos los días. Todo el tiempo estamos pensando de qué manera puedo vivir mañana, son pocas las veces en que sentimos que tenemos que disfrutar hoy, y no dejar de ser feliz hoy por querer serlo mañana.

Josefa Peña

¿Qué hacer en caso de Incendio?

Película de la semana: ¿Qué hacer en caso de Incendio? (2001)

El número Ventisiete

   
   
   Sexo, drogas y rock and roll, fue el camino que escogieron los siete integrantes del club de los 27.  Vive rápido, muere joven, son algunas de las consignas que han caracterizado a las estrellas de rock fallecidas en extrañas circunstancias bajo los efectos de las drogas o el alcohol. Robert Johnson, comienza a escribir la leyenda de los músicos malditos en 1938, cuando de manera enigmática perece con una serie de interrogantes sobre su muerte. Brian Jones, guitarrista de los Rolling Stones; Jim Morrison, vocalista del grupo The Doors; Jimi Hendrix, el mejor guitarrista de todos los tiempos; Janis Joplin, cantante estadounidense y líder del movimiento hippie; Kurt Cobain, vocalista de la banda Nirvana e ícono del  Grunge, movimiento musical de la década del 90; para finalizar con Amy Winehouse, cantante inglesa de jazz and soul.

   Además, de ser grandes personajes del rock, todos dejaron de existir a la edad de 27 años. Rodeados de un mundo de plástico (superficialidad), arte (profundidad) y creación sumergida en dosis de LSD, peyote, crack, heroína o cocaína. La vida está reservada para los mortales, porque la majestuosidad de su legado material, músical y formas de autodestrucción los eleva a la condición de estrellas. Personas extrañas que compartieron con el mundo la belleza de sus notas, melodías, letras y canciones. Diversos mensajes en sí mismos, pero el misterio y maldición del club desnuda un número fatal: veintisiete. 

Nicolás Cuevas

lunes, 20 de agosto de 2012

Gran Marcha Heróica



Avanza tu carro de llantos y entra a la historia entrechocándose.

    Arriba, un atrevimiento de águilas, abajo, el pecho del pueblo y en línea definitiva, entre los altos y anchos candelabros de la Humanidad, y las trompetas que braman como vacas, entre naranjos y duraznos y manzanos que, como caballos, relinchan, entre barcos y espadas, rifles y banderas en flor, al paso de parada negro y fundamental de los héroes, tú y tu ataúd de acero.

   La multitud descomunal y subterránea, abate en oleaje su ímpetu de serpiente y ataca su fantasma y su palabra, como un toro la estrella ensangrentada.

  Caemos de rodillas en el gran crepúsculo universal, y lloran las sirenas de todos los barcos del mundo, como perritas sin alojamiento; se acabó la comida en los establos contemporáneos y el último buey se destapa los sesos, gritando; el bofetón del huracán, partiendo los terciopelos del Oriente, araña el ocaso y le desgarra el corazón a puñaladas, cuando el fusil imperial de la burguesía pare un lirio de pólvora y se suicida.

  Al quillay litoral le desgarran la pana los relámpagos de las montañas, y tremendamente da quejidos de potrillo recién nacido en el estercolero, porque su conciencia vegetal naufraga en el aroma a sangre.

   Canto de estatuas, grito de coronas, llanto de corazas y bahías, y el discurso funeral de los cipreses que persiguen eternamente lo amarillo, te rodean; nosotros, entre lenguas de perro y lágrimas elementales, no somos sino sólo fantasmas en vigencia; lo heroico, lo definitivo, la ley oscura de la materia en la cual todas las cosas se levantan y se derrumban con el único fin de engendrar padecimiento, emerge de ti, porque de ti, porque tú eres la realidad categórica; y cuando los pollitos nuevos del mar a cuya orilla enorme te criaste, pían al asesinato general del ocaso, los huesos de Tamerlán echan grandes llamas; escucho el funeral de Beethoven ejecutado por setecientos maestros de orquesta, frenar la tempestad, sujetándola, como el desnudo adolescente los caballos rojos de Fidias y el cielo está negro lo mismo que mi corazón; las espadas anchas, las anchas espadas que abrieron los surcos profundos que no cavaron los arados, las espadas embanderadas de historia, se te someten y te lamen como el perro del mendigo; cuadrigas y centurias, haciendo estallar el sol sonoro, al golpear la tierra hinchada con el eslabón de la herradura, levantan polvaredas de migración y el bramido de las lanzas es acusatorio y terrible debajo de la lluvia oscura como la mala intención o un cobarde; adentro de las campanas choca la luciérnaga rota con su farol a la espalda, llorando; huyendo del incendio general, leones y chacales se arrojan a la mar ignota y las serpientes repletas de furor se rompen los colmillos en las antiguas lanzas; un gran caballo azul se suicida; borrachos de sol y parición en generaciones del Dios pánico y dionysíaco, los sacerdos-escarabajos están gritando la maternidad aterradora en miel de pinares y resinas de gran potencial alcohólico, que debaten entre ramajes la violencia tremenda de la naturaleza; el Clarín del Señor de los Ejércitos empuña la espuela de oro de la gran alarma y los soldados.

    Cargado por nosotros, marcha el féretro como una rosa negra o un pabellón caído, con espanto aterrador de fusilamiento; rajados a hachazos los pellines encadenados al huracán aúllan; tú eres lo único definitivo, hundida en tu belleza de pretéritos y de crepúsculos totales, caída en todo lo solo, herida por el resplandor de la eternidad deslumbradora, mientras errados, nos arrinconamos adentro de nuestras viejas negras chaquetas de perros.

  Por el camino real que va a la nada marcharé (caballo de invierno), en las milenarias edades; hoy, mi espada está quebrada, como el mascarón de proa del barco que se estrelló contra lo infinito y soy el animal abandonado en la soledad del bramadero; perteneces al granero humano, tétrico de matanza en matanza, y te robaron de mis besos terribles; braman las campanas pateando la atmósfera histórica en la cual se degüellan hasta las dulces violetas que son como copitas de vino inmortal; la tinaja de las provincias echa un ancho llanto de parrones descomunales, gritando desde el origen.

   Arde tu alma grande y deslumbradora como un fusil en botón y a la persona muerta la secunda la ciudadanía universal otorgándole la vida épica como a una guitarra el sonido; como un solo animal, acumular la eternidad, triste y furioso a tus orillas, es mi ocupación de suicida; como ola de sombra, el comercio-puñal de la literatura nos ladra al alma cansada y los cuatreros, los cuchilleros, los aventureros y el gran escorpión de la bohemia nos destinan su sonrisa de degolladores, echada en sus ojos de cerdo.

  Sobre el instante, la polvareda familiar gravita y empuña el pabellón de los antiguos clanes; tu eres el escudo popular de los de Rokha: tronchados, desorientados, conmigo a la cabeza de la carreta grande, tirada por dos inmensos toros muertos, hijos e hijas, nietos y nietas, yernos y nueras dan la batalla contra la mixtificación tenebrosa y estupenda de los viejos payasos convertidos en asesinos; a miel envenenada hiede el ambiente o a calumnia y perro; los chacales se ríen furiosamente y tremendamente arañan la casa sola como sombra en el arrabal del mundo, allá en donde remuelen el pelele y la maldición, tierra de escupos y demagogia, llena de lenguas quemadas; porque mi desesperación se retuerce las manos como un reo que enfrenta los inquisidores, a cuya espalda chilla, furiosa la Reacción, como negra perra vieja en celo; andando por abajo, los degenerados nos aceitan y nos embarran el camino, a fin de que el cegado por las lágrimas dé el resbalón mortal y definitivo del que se desploma en el mar rabioso que solloza echando espuma y se derrumbe horriblemente.

  Juramos pelear hasta derrotar al enemigo enmascarado en el enemigo del pueblo, al calumniador y al difamador con ojo pequeño de ofidio y las setenta lenguas ajenas de los testigos falsos, a la rana-pulpo-sapo del sabotaje; juramos solemnemente cortarnos y comernos la lengua antes de lanzarle al olvido; juramos los látigos de la venganza, porque es mentira la misericordia y no tememos atacar la eternidad frente a frente, ensangrentados como pabellones.

  Tranco a tranco en el pantano del horror, vi destruir a la naturaleza en ti el esquema total de lo bello y lo bueno; como un niño loco, el espanto se ensañó en tu figura incomparable, que no volverá a lograr nunca jamás la línea de la Humanidad, y caíste asesinada y pisoteada por lo infinito, tú, que representabas lo infinito en la vida humana, y el sol de "Dios" en la gran tiniebla del hombre; caías, pero caía contigo el significado de lo humano, y en este instante todas las cosas están sin sentido, gritando, boca abajo, solas, y es fea la tierra; como a aquel infeliz cualquiera a quien le revuelven la puñalada en el corazón, el perro idiota de la literatura, vestido de obispo o caracol, levanta la pata y orina mi tragedia de macho, porque como todo lo hermoso, todo lo vertical, todo lo heroico se hundió contigo en el abismo, yo soy el viudo terrible, y acaso la bestia arcaica sublimándose en el intelectual acusatorio que da lenguaje a las tinieblas; como la naturaleza es descomunal y sólo lo monstruoso le incumbe íntegramente, su injusticia fue tenebrosa con tu régimen floral de copa y el destino te cavó de horror como a una montaña de fuego; sin embargo, como soy humano, no acepto tu muerte, no creo en tu muerte, no entiendo tu muerte y el andrajo de mi corazón se retuerce salvajemente y se avalanza contra la muralla inmortal, contra la muralla desesperada, contra la muralla ensangrentada, contra la muralla despedazada, que se incendia entre las montañas y sudando y bramando y sangrando, me revuelco como un toro con tu nombre sagrado entre los dientes, mordido como el puñal rojo del pirata; a la espalda aúllan las desorbitadas máscaras gruñendo entre complejos de buitre aventurero y trajes vacíos, en los que respiran las épocas demagógicas.

   Entre los grandes peñascos apuñalados por el sol, sudando como soldados de antaño, roídos por inmenso musgo crepuscular y lágrimas de antiguas botellas, tú y la paloma torcaz de los desiertos lloran; mar afuera, en el corazón de flor de las mojadas islas oceánicas, en las que la eternidad se agarra como entraña de animal vacuno a la soledad de la materia y el gemido de los orígenes gravita en la gran placenta del agua, tú das la majestad al huracán por cuyos látigos ruge la muerte su secreto total, tremendo; encima de los carros de topacio del crepúsculo, tirados por siete caballos amarillos, cruzados de llamas como Jehová, tú eres el balido azul de los corderos; aquí, a la orilla de tu sepulcro que ruge, terrible, en su condición de miel de abejas y de pólvora, haciendo estallar el huracán sobre los viejos túmulos que tu vencidad obliga a relampaguear, tú empuñas una gran trompeta de oro, tal como se empuña una gran bandera de fuego y convocas a asamblea general de muertos, a fin de arrojar la eternidad contra la eternidad, como dos peñascos; emerges de entre toneles, como la voz de las vasijas, y la gran humedad del pretérito, que huele a fruta madura y a caoba matrimonial, enarbola su pabellón en el corazón de las bodegas, cuando yo recuerdo tu virginidad resplandeciente...


  Condiciona sus muchedumbres la mar-océano del Sur y tu multitud le responde terriblemente; yo estoy sentado a la orilla del que tanto amabas mar, y la oceanidad da la tónica al gigante dolor que requiere inmensidades para manifestarse y el lenguaje de la masa humana o la montaña incendiándose; remece sus instintos la inmensa bestia oceánica y el crepúsculo ensangrienta la bandera de los navíos y el cañón funeral del puerto; el mar y yo bramamos, el mar, el mar, y crujen los huesos tremendos de Chile, cuando con mi caballo nos bañamos solos en la gran soledad del mar y el mar prolonga mi relincho con su bramido por todas las costas, desde las tierras protervas de Babilonia al Mediterráneo celestial de las tuyas glicinas y a los sangrientos mares vikingos, o arrastra mi voz tronchada y sangrienta como un capitel roto y mi lenguaje de campanario que se derrumba en la gran campana del mar, con tu recuerdo gimiendo adentro; rememoro nuestro matrimonio provincial-marino y la carrera desenfrenada, desnudos, sobre la arena y el sol; es la mar soberbia, la mar oscura, la mar grandiosa en la cual gravita el estupor horizontal de humanidad que azota los vientres de las madres y relumbran las panoplias huracanadas de los viejos guerreros de hierro, que ascienden y descienden por las arboladuras como un tigre a una antigua catedral caída; lagrimones de acordeones, de leones y fantasmas dan al pirata el relumbrón de los atardeceres y el tajo del rostro atrae el sable crepuscular hacia la figura agigantada; el ron furioso da gritazos y mordiscos de alcohol degollado a la tiniebla aventurera y la pólvora roja es rosa de llamas rugiendo con perros y espadas entre la matanza histórica, adentro de la cual nosotros dos rajamos el cuaderno de bitácora sobre el acero acerbo del pecho, que es pluma y rifle, Luisita; asomándome a la descomunal profundidad heroica, veo lo eterno y tu cara en todo lo hondo; naufragios y guitarras y el lamento del destierro en los archipiélagos sociales del Tirreno y el Egeo, se revuelve a la bencina cosmopolita de los grandes Imperios de hoy, con sus navíos y sus aviones sembrando la sangre en los mares: pero el tam-tam de los tambores ensangrentados me desgarra el cerebro; sin embargo, hay dulzuras maravillosas, y te vuelvo a encontrar en esta gran agua salada por el origen y el olor animal del mundo, con tu melena de sirena clásica y tu pie marino de conchaperla y aventura.

    Braman las águilas del amor eterno en nosotros...

  El huracán del amor nos arrasó antaño, y ahora tu belleza de plenilunio con duraznos, como llorando en la grandeza aterradora, contiene todo el pasado del ser humano; truenan las grandes vacas tristes del amanecer y tú rajas la mañana con tu actitud, que es un puñal quebrado; fuiste "mi dulce tormento" y ahora, Winétt, como el Arca de la Alianza o como Dionysos, medio a medio de los estuarios mediterráneos y el de los sargazos mar, entre el régimen del laurel y el dolorido asfodelo diluído en la colina acumulada de los héroes, hacia la cual apunta el océano su fusilería y desde la que emergen los pinos solarios, tú, lo mismo exacto que a una gran diosa antigua de Asia, la eternidad bravía te circunda; galopan los cuatro caballos del Apocalipsis, se derrumban las murallas de Jericó al son de las trompetas que ladran como alas en la degollación y el Sinaí embiste como el toro egipcio, cuando tu paso de tórtola hiende los asfaltos ensangrentados de la poesía, gran poetisa-Continente; y las generaciones de todos los pobres, entre todos los pobres del mundo, te levantan bajo los palios llagados del sudor popular en el instante en que tu voz se distiende, creciendo y multiplicándose como el oleaje de los grandes mares desconocidos, a cuya ribera los hombres crearon los dioses barbudos del agro y los sentaron y los clavaron en las regiones acuarias, que eran el llanto de fuego de los volcanes; como fuiste tremendamente dulce, graciosamente fuerte, pequeñamente grande con lo oscuro y descomunal del genio en un régimen de corolas, el hijo del pueblo te entiende; tenías la divina atracción del átomo, que, al estallar, incendia la tierra, por eso, adentro del silencio mundial, yo escucho exactamente a la multitud romana o babilónica, arreada y gobernada a latigazos, a las muchedumbres grecolatinas que poblaron Marsella de gentes que huelen a ajo, a prostitución, a guitarra, a conspiración, a sardina y a cuchilla, a tabaco y a sol mojado y caliente como sobaco, a presidio, a miseria, a heroicidad, a flojera o a tristeza, al vikingo ladrón, guerrero, viril y sublime en gran hombría y a los beduinos enfurecidos por el hambre y los desiertos del simoum, áspero y trágico, y te adoro como a una antigua y oscura diosa en la cual los pueblos guerreros practicaban la idolatría de lo femenino definitivo y terrible; forrado en cueros de fuego, montado un caballo de asfalto, yo voy adentro de la multitud, como una maldición en el cañón del revólver.

  Románico de cúpulas y óperas el atardecer de los amantes desventurados me encubre, y cae una paloma negra, Luisita-azúcar.

   Soplan las ráfagas del dolor su chicotazo vagabundo y la angustia se clava rugiendo, en fijación tremenda, como un ojo enorme que quemase, como una gran araña, como un trueno con el reflejo hacia adentro y la quijada de Caín en el hocico; es entonces cuando arde el colchón con sudor oscuro de légamo, cuando la noche afila su cuchilla sin resplandor, cuando el volcán destripa a la montaña y se parte el vientre terrible, que arroja un caldo de llamas horrendo y definitivo, cuando lloran todas las cosas un llanto demencial y lluvioso, cuando el paisaje, que es la corbata de la naturaleza, se raja el corazón de avena y pan y se repleta de leones; sin embargo, medio a medio de la catástrofe, se me reconstituye el ser a objeto de que el padecimiento se encarne más adentro y la llaga, quemada por el horror, se agrande; con tu ataúd al hombro, resuenan mis trancos en la soledad del siglo, en la cual gravita el cadáver de Stalin, que es enorme y cubre el Oriente en mil leguas reales a la redonda, encima de un carro gigante que arrastran doscientos millones de obreros; semejante a una inmensa cosechadora de granjeros, la máquina viuda de los panteones degüella las cabezas negras y la Humanidad brama como vaca en el matadero; yo arrastro la porquería maldita de la vida como la pierna tronchada un idiota y espero el veneno del envenenador, la solitaria puñalada literaria por la espalda, en el minuto crucial de los crepúsculos, el balazo del hermano en la literatura, como quien aguarda que le llegue un cheque en blanco desde la otra vida; me da vergüenza ser un ser humano desde que te vi agonizar defendiéndote, perseguida y acosada por la Eternidad como una dulce garza por una gran perra sarnosa; como con asco de existir, duermo como perro solo encima de una gran piedra tremenda, que bramara en el desierto, hablo con espanto de cortarme la lengua con la cuchilla de la palabra y quisiera que un dolor físico enorme me situase a tu altura, medio a medio de este gigante y negro desfile de horror del cual estalla mi cabeza incendiándose como antigua famosa posada de vagabundos; no deseo el sol sino llorando y la noche maldita con la tempestad en el vientre; por degüellos y asesinatos camino, y ando en campos de batalla, estoy mordido por buitres de negrura, y es de pólvora y de lágrimas, Luisita-Amor, el gran canasto de violetas, con el cual me allego a tu sepulcro humildemente; a mi desesperación se le divisa la cacha del arma de fuego, Luisita-Amor, cuyos grandes frutos caen...

   Éramos Filemón y Baltis de Frigia y el grito conyugal del mundo, pero se desgarró una gran cadena en la historia y yo cruzo gritando a la siga del mí mismo que se fue contigo para siempre nunca, esta gran sonata fúnebre de héroes caídos...

Pablo de Rokha

Despabílate Amor




    Bonjour boun giorno guten morgen, despabílate amor y toma nota, sólo en el tercer mundo mueren cuarenta mil niños por día, en el plácido cielo despejado flotan los bombaderos y los buitres, cuatro millones tienen sida la codicia depila la amazonia.

          Buenos días good morning despabílate, en los ordenadores de la abuela ONU no caben más cadáveres de Ruanda los fundamentalistas degüellan a extranjeros, predica el papa contra los condones, Havelange estrangula a Maradona bonjour monsieur le maire forza Italia boun giorno guten morgen ernst junger opus dei buenos días good morning Hiroshima, despabílate amor que el horror amanece. 

Mario Benedetti

viernes, 17 de agosto de 2012

La Calle Silenciosa




La calle silenciosa es una ruina viviente ubicada en algún terreno sin dirección... las aves vuelvan sobre su tejado dañado por el tiempo, arruinado por sí mismo. No existe la espera, esperanza, o caridad...  ni menos la solidaridad, la calle silenciosa se olvida con facilidad. Cuando pasas e ignoras, sin abrir los ojos para observar alrededor de sus paredes deterioradas y fierros oxidados la pobreza abraza el olvidado pedazo de cielo y no se separan jamás. 

Nicolás Cuevas

jueves, 16 de agosto de 2012

Hombre que mira a la Luna



 
Es decir la miraba porque ella se ocultó tras el biombo de nubes y todo porque muchos amantes de este mundo le dieron sutilmente el olivo.

  Con su brillo reticente la luna 
durante siglos consiguió transformar 
el vientre amor en garufa cursilínea 
la injusticia terrestre en dolor lapizlázuli. 

Cuando los amantes ricos la miraban desde sus tedios y sus pabellones satelizaba de lo lindo y oía que la luna era un fenómeno cultural.

 Pero si los amantes pobres la contemplaban 
desde su ansiedad o desde sus hambrunas 
entonces la menguante entornaba los ojos 
porque tanta miseria no era para ella.

  
Hasta que una noche casualmente de luna 
con murciélagos suaves con fantasmas y todo 
esos amantes pobres se miraron a dúo 
dijeron no va más al carajo selene. 

    Se fueron a su cama de sábanas gastadas 
con acre olor a sexo deslunado 
su camanido de crujiente vaivén.

Y libres para siempre de la
 luna lunática 
fornicaron al fin como dios manda 
o mejor dicho como dios sugiere. 


Mario Benedetti


El Club de la Pelea

Película de la semana: El Club de la Pelea (1999)


Ver película online


Universo de posibilidades existe mientras escribo

    
     Con toda su fuerza apreta el puño y golpea su cara. Mientras otros se drogan, otros prueban un cóctel de fármacos, otros son esclavos de sí mismos, y del miedo. Otros hacen el amor, algunos sólo tienen sexo.  En el tiempo que escriba un par de palabras con sentido para los demás es probable que sucedan demasiadas cosas, situaciones e historias. Universo de posibilidades.

     El día es nublado. Observo desde el lado derecho, asiento número quince del autobús, un sujeto acaba de mirar hacia la ventana del vehículo donde me ubico, otros compran en tiendas y caminan por la acera, tal vez en este pedazo de tiempo algunos se casen; besen a sus amados, disfruten del acto de amar. Quizás, nazca una persona, y ese recién nacido desconozca todo su futuro ya aprehendido para construir su destino, puede ser que en un golpe de amnesia olvide todo lo que sabe de las cosas, y personas: sus diferencias, relaciones e injusticias que sumerge y ahoga a sus víctimas.

      Al mismo tiempo que escribo alguien muere en un rincón de la Tierra, cae una bomba, explota un hogar. Un hombre ve la miseria humana, otro llora por los que no están. Alguien vuela; planifica un viaje; conquista el mundo y lo desconocido, se descubre a sí mismo, destruye límites en su pecho para albergar ideas y deseos que han ocurrido en este momento.

      La sonrisa de una muchacha baila en le rostro de un fulano; un anciano espera locomoción y un grupo de estudiantes mata el tiempo bebiendo un poco de alcohol. Niños juegan en la plaza y otros se conectan en una realidad virtual, ¿escapan? ¿de qué? no lo sé. Crecen y se transforman en seres modernos, la delicia de saborear un mundo con la boca y sus palabras desaparece.

     En el periodo de mi escritura unos se asesinan, otros golpean las puertas cerradas, muy pocos bañan y alimentan sus sueños; otros sienten frío, otros calor. Algunos sólo se mueven ¿a dónde? no lo sé.

   Una persona trabaja en el campo y otro en el banco, quizás, recuerden su pasado ¿o quién sabe lo fantástico que pueden estar pensando? Más allá, una fila de álamos estáticos se presentan desnudos en la última etapa del invierno. Y más acá en una jaula postmoderna, tal vez, alguien consuma por necesidad, otros por descontrol, algunos sólo por satisfacción.

     En la elección cotidiana está la inagotable fuente de acción que circula entre nosotros, la decisión anónima y el submundo de interrogantes unen la sinergia común, pero la chispa o alteración de los factores es determinante para direccionar nuevos desafíos.

                                                                                                                                     Nicolás Cuevas

Dimensión Mental



¿Y la dimensión mental a dónde pertenece o de qué es parte? 
Decisiones: direcciones.

      Si la vida fuera como una película en cerrar los ojos o en un cambio de escena pasaríamos de invierno a primavera; de verano a otoño, o tal vez volveríamos al pasado a cambiar las cosas: lo que hicimos, dijimos o actuamos... pero en el error y equivocación está el aprender constante y eterno. Vivir y ser yo.

   Para los otros, los de fuera sólo soy un aparato físico errante: un cadáver en la nada entendido como un todo. Yo soy y existo, he encontrado demasiadas respuestas y aún me quedan millones por sentir y vivir...

                                                                             Nicolás Cuevas