sábado, 6 de octubre de 2012

La palabra placer


   La palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo la palabra placer cayendo del destello de tu nuca, fluyendo blanquísima por lo vertiginoso oloroso de tu espalda hasta lo nupcial de unas caderas de cuyo arco pende el Mundo, cómo lo músico vino a ser marmóreo en la esplendidez de tus piernas si antes hubo dos piernas amorosas así considerando claro el encantamiento de los tobillos que son goznes que son aire que son partícipes de los pies de Isadora Duncan la que bailó en la playa abierta para Serguei Iesénin, cómo eras eso y más para mí, la danza, la contradanza, el gozo de olerte ahí tendida recostada en tu ámbar contra el espejo súbito de la Especie cuando te vi de golpe, ¡con lo lascivo de mis dedos te vi!, la arruga errónea, por decirlo, trizada en lo simultáneo de la serpiente palpándote áspera del otro lado otra pero tú misma en la inmediatez de la sábana, anfibia ahora, vieja vejez de los párpados abajo, pescado sin océano ni nada que nadar, contradicción siamesa de la figura de las hermosas desde el paraíso, sin nariz entonces rectilínea ni pétalo por rostro, pordioseros los pezones, más y más pedregosas las rodillas, las costillas: -¿Y el parto, Amor, el tisú epitelial del parto?

   De él somos, del mísero dos partido en dos somos, del báratro, corrupción y lozanía y clítoris y éxtasis, ángeles y muslos convulsos: todavía anda suelto todo, ¿qué nos iban a enfriar por eso los tigres desbocados de anoche? Placer y más placer. Olfato, lo primero el olfato de la hermosura, alta y esbelta rosa de sangre a cuya vertiente vine, no importa el aceite de la locura: -Vuélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma.

Gonzalo Rojas

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