Nos desnudamos en su cuarto. Me besó y susurro cosas, luego me tomó de la cintura y empezó el juego de nunca acabar. Lo de siempre. Nos deseábamos y ocurría... un buen polvo.
Porque todo era igual desde el primer día. Al comienzo yo creía que era el problema. Con sus frases, con su amor y su cariño innecesario.
Luego de los 415 días junto a él. Descubrí que la culpable era yo. Con mi miedo a asumir mi destino. Mi presente, mí ahora.
Yo era quién debía continuar con sus te quiero interminables, con sus caricias profundas, intensas e auténticas.
Con su manía de besarme y morder mi labio inferior, acariciarme el cabello con una mano, la derecha y terminar besándome en la frente.
Entonces, en ese preciso momento en que mi blusa se desprendía de mi cuerpo y sus manos tocaban mi piel. Llegó de pronto la respuesta. Mariana era la respuesta.
Mariana con sus menudas manos, con su cabello ondulado y cobrizo. Con su pequeña nariz y su delgada figura. Ella era la respuesta y nadie más.
Paz Huenulao
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