Nadie sabe en qué noche de octubre solitario, de fatigados duendes que ya no ocurren, puede inmolarse la perdida infancia junto a recuerdos que se están haciendo.
Qué sorpresa sufrirse una vez desolado, escuchar cómo tiembla el coraje en las sienes, en el pecho, en los muslos impacientes sentir cómo los labios se desprenden de verbos maravillosos y descuidados, de cifras defendidas en el aire muerto, y cómo otras palabras, nuevas, endurecidas y desde ya cansadas se conjuran para impedirnos el único fantasma de veras.
Cómo encontrar un sitio con los primeros ojos, un sitio donde asir la larga soledad con los primeros ojos, sin gastar las primeras miradas, y si quedan maltrechas de significados, de cáscara de ideales, de purezas inmundas, cómo encontrar un río con los primeros pasos, un río -para lavarlos- que las lleve.
Mario Benedetti
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