Unas cervezas en el refrigerador, y luego su refrescante sabor bajando por mi garganta. Era una tarde calurosa, todo parecía estar quieto y el mínimo rayo de luz solar destruía las pocas ganas de moverse... y mientras escuchaba a Pantera y leía el libro de Robe Iniesta, mi cabeza comenzaba a nadar en un éxtasis rockero. Mis camaradas comenzaban a llamar, se acercaba la hora de desatar la furia transgresiva del rock extremeño.
Con un par de billetes en los bolsillos y la entrada del concierto me dirigía al evento. Mucha gente se juntaba, cantaba y alzaba sus vasos repletos de cerveza, sonrisas y gritos en el bar de la esquina. Y ahora, sólo horas para escuchar las guitarras distorsionadas y el clamor del público. Una larga fila decoraba las afueras del teatro, repleta de hermosas mujeres, mientras tanto, la fuerza policial con sus reglas y formalidades, ordenaba botar las refrescantes latas de "birra" que en ese instante era una importante fuente de energía para disminuir las altas temperaturas que azotaban la capital...
Y mientras avanzaba la hilera de personas mis ojos se deleitaban con la rockera belleza femenina. Entrada en mano y cajetilla camuflada, ya me encontraba adentro, el ambiente era de felicidad máxima, sólo quedaba esperar uno, dos, diez o veinte minutos, pero daba igual, la banda que escuchaba de pendejo se iba a asomar por el telón e iba a inundar el reciento con toda la locura de su música y delicada poesía sexual. La luces se apagaron y la euforia se estremeció al escuchar el riff que daba inicio al desenfreno, con la sencilla razón de ser feliz y disfrutar la libertad musical....
Nicolás Cuevas
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