No a las damas, amor, nos habían dicho, cuando una noche al centro del valle, en un sueño de perro, se nos apareció el amor perfecto; calzaba sandalias rojas de plástico transparente, toda ella iba mojada, el pelo libre de caer sobre la túnica magenta que se le pegaba a las tetitas de perra joven; olía a sal, a transparencia, a imaginación, a hornacinas, a trébol de cuatro hojas; dos aros de oro puro terminados en una perla pequeñita y perfecta la perforaban por lo lóbulos; nosotros hicimos una cola, una larga e inacabable cola donde ninguno acabó nunca; yo le mamaba los pezones por sobre la bambula magenta de la túnica; al final, la sentíamos adentro, por aquí, en el bajo vientre, toquen, nadando como un pez fosforescente en una redoma demasiado pequeña para sus ganas; pero nosotros sabíamos que las utopías son putas de miedo, algo había que hacer para ahuyentarla.
-No tenemos patria, ciudadana, le gemimos, -somos Nadie gritando Nadie nos ataca. -ámenme un poquito más -susurró la puta- hasta que acaben en mis sábanas; pero nosotros sabíamos que eso era un paso más hacia la muerte, oscura esta muerte y lenta, la india cruel se nos iba abriendo como fauce, la muy magenta, la pringosa, fétida a sal, oro, a transparencia, a horno a trébol de cuatro ojos penetrantes, quemados: -ámenme un poquito más- gruñía, mientras la noche no acababa, la noche nunca acababa.
Thomas Harris
No hay comentarios:
Publicar un comentario