Por Nicolás Cuevas
Deambulaba por un hogar desordenado, buscaba ruido, sólo encontraba desorden, la casa aparentaba estar abandonada hace pocos segundos, por ese aire caliente que expulsan los cuerpos errantes. Dentro de las habitaciones habían zapatos y ropa por el suelo, un par de libros, sábanas, diarios y utensilios de cocina dando extrañas señales. Yo, continuaba avanzando en busca de mi hermano, hace mucho tiempo que no lo veía, necesitaba hablar de la vida, escuchar un buen disco y reírnos del pasado. De pronto, mientras tomaba un escrito del piso el cansancio inesperado encendía las ganas de dormir y desenvolver sueños en una de las tanta camas sin hacer, en ese momento aparece mi hermano, con aspecto deteriorado, pero contento, raramente contento. Me invita a una fiesta que están realizando en el lugar... ¿fiesta en un lugar deshabitado? Me deje llevar y seguí sus pasos. A fuera cientos de sillas, un jardín bien cuidado, pero permanecía vacío, pensé que se trataba de una broma y a medida que nos alejábamos del confuso hogar apareció una vieja amiga. Nuevamente un rostro deteriorado se presentaba frente a mí y raramente contenta. ¡Síguenos! y se reían entre ellos, de a poco muchas personas de aspecto frágil y miradas perdidas se acercaban sonrientes, ¡siéntate y disfruta exclamaban! Demasiado sonrientes, lo cual asustaba. Muy cerca de una muralla blanca estaban sentados la gran mayoría de los asistentes, al fondo, la familia de mi amiga, sus padres y abuela, de inmediato, me reconocieron y exclamaron en sus caras falsa esperanza, aún no entendía lo que pasaba. La madre de mi amiga me agradeció la inesperada visita, de su boca salieron palabras que no alcancé a escuchar y el padre de ella con su bigote característico alzaba su brazo para brindar y crear el momento perfecto para huir del lugar. En eso, todos corren, sin sentido alguno hacia un salón al fondo del patio, ¡corre, corre, corre! Gritaban extasiados, tal vez drogados o sólo felices de la situación. Al lado del salón se ubicaba una gran piscina, bastante limpia, pero nadie se bañaba, todos ingresaban a apurados al reciento cubierto por colores claros, predominaba el blanco invierno, pálido, como el delantal de una enfermera que sorpresivamente interrumpió.
(continuará)
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