Por Nicolás Cuevas
Yo, era el único desconocido, todos tranquilamente se ubicaban en filas recibiendo medicinas, la paz y subordinación reinaban el ambiente, normal para aquellos, desesperante para mí. Todos abrían sus ojos lo más grande posible y observaban mis movimientos, reían de mi forma de hablar y caminar, yo era una extraterrestre para ellos, excepto para mi hermano y mi vieja amiga que sutilmente me decían: cuidado, ten mucho cuidado. Recorrí todo el lugar, muchas habitaciones de color celeste divididas por género, todas con tres camarotes, una cama de media plaza y un gran ventanal que daba a una plaza con árboles, bancas y juegos en el mismo terreno del ambiguo hogar. Al indagar por las piezas, perdí a mi hermano de vista, entonces comencé a parlar con un tipo delgado y de pelo oscuro, me dijo poco y nada de cómo salir, balbuceaba pacíficamente y miraba los juegos desde su litera. El miedo me abrazaba bruscamente, agitaba mi respiración, agudizaba mis sentidos, no sabía qué hacer, trataba de buscar una salida, pero se tornaba difícil, era un laberinto. De puerta en puerta, de habitación en habitación, llegue por casualidad donde estaban tres féminas, en sus respectivas camas, bastante guapas, pero raramente sonrientes, con ojos seductores me invitaron a pasar y comenzaron a platicar de sexo, ambas no tenían relaciones sexuales hace varios meses, y recordaban agradables prácticas que realizaban con sus parejas, ahora solteras, ofrecían sus ganas de amar al nuevo forastero. Una sonrisa dibujo mi rostro, el miedo momentáneamente desapareció, continuamos charlando con más profundidad del placer, historias y teorías decoraban el caluroso diálogo, luego risas se transformaron en carcajadas sin parar por horas. Cada chica tenía el cabello de color distinto una Negro, Rubio y otra Castaño, esta última de impactantes ojos verdes. La noche se asomaba debía partir, pero tras compartir un grato momento con las mujeres de cabellos diferentes decidí hospedar con los seres raramente sonrientes. De la oscuridad de un pasillo salió una enfermera, escalofriante escena y me trasladó hasta la habitación de mi hermano. Allí, una cama fría y escuálida me esperaba, los demás me miraban esperando una solución, la confusión y mezcla de emociones sacudió mi mente, ¿dónde estaba?, ¿por qué actuaban así?, ¿qué le pasó a mi hermano? Todos callaron, se acostaron y durmieron, el silencio fue inmortal esa noche, no podía conciliar el sueño, y de repente, mi vieja amiga se mete en mi cama de media plaza y me dice al oído: ven, acompáñame a mi cuarto, te necesito está noche a mi lado, necesito fuego humano. Mire a todos lados, seguí la silueta que atravesaba la penumbra, hasta llegar a su catre, coincidentemente era el mismo cuarto de las mujeres de cabellos disímiles, ellas dormían plácidamente, mientras mi vieja amiga comenzaba a desnudar su cuerpo y abrasarme. ¡Quémame! Susurraba. Ardíamos, mi entre pierna se perdía en su regazo, suave y ágil, en una danza de ritmos y ritos salvajes desarmábamos las sábanas y frazadas, el silencio era implacable y nuestros sonidos música ambiental inmersa en sudor y pasión. El tiempo transcurría sin sentirlo, con brutalidad y delicadeza avanzábamos al poder universal, mis manos recorrían su rostro, pelo, miraba fijamente el iris de sus ojos que se expandía, besaba con demencia sus pezones, acercaba y apretaba su trasero contra mí. Ella lamia mi cuello formando figuras, realizaba armoniosos suspiros, arañaba mi espalda con fogosidad, dejando escapar la vida, el tiempo-espacio, consumiendo fuego como alimento.
(continuará)
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