Por Nicolás Cuevas P.
El fútbol es sentimientos, pasión, locura, mezcla de estímulos que generan diferentes situaciones de alegría a fatalidad. ¿Pero estarías dispuesto a sacrificar toda una vida para poder sentir y vivir aunque sea sólo una vez la magna satisfacción?
58 años tuvo que esperar un club para gritar campeón qué valientes y fieles. 58 años miles de personas asumieron su rol como simpatizantes, hinchas o fanáticos de un equipo de provincia, triste realidad de conformismo, basada en ilusiones o meras quimeras para saciar la sed. 58 años de historia marcada por rachas negativas, orgullos morales e incluso tragedias dantescas que involucraban a 16 jóvenes amantes del celeste. Dejar pasar tanto tiempo y estar a un minuto de gritar campeón y ver como tu mala suerte vuelve aparecer, karma regional al tratar de enfrentar a Goliat de igual a igual tomando en cuentas las diferencias abismantes, pues las oportunidades son oportunas y no las puedes desperdiciar.
Desde que tengo memoria me inculcaron un color, una pasión que durante años alimenté con los recuerdos y vivencias de otros como jornadas épicas o clásicos inolvidables, para luego experimentar y construir mi propia historia sobre el amor a una camiseta, viajar a regiones, cantar a todo pulmón bajo la lluvia o dormir fuera de un estadio. Soy hincha de esos mal llamados “equipos grandes” que consiguen títulos regularmente, repletan estadios y tiene aficionados por todo el país. Pero a su vez nací en una tierra olvidada por triunfos deportivos, incluso la historia asocia a la región o específicamente a la ciudad de Rancagua a un desastre en 1814, linda publicidad. A casi el bicentenario de esa fecha un club de fútbol carente de títulos y laureles en sus vitrinas regaló la emoción más diáfana que puede vivir un futbolero: la felicidad de vibrar y compartir con los seres queridos a través de un balón: la copa de campeón.
O’Higgins como decenas de equipos de provincia representa la rebeldía contra la adversidad, el compromiso a pesar de la debilidad, esperanza ciega por un anhelo, un sueño que ahora ya es real, por eso destacó su hidalguía. Locura y éxtasis de un pueblo regional sorprendente, envidiable, plausiblemente con “aguante” por su naturaleza: nacidos para no celebrar. Un club que nunca experimentó tanta euforia, no sabían que era ser campeón, levantar una copa nacional. O’Higgins rompió su destino y todo eso ocurría entre miradas desconcertadas, emocionadas, incomprendidas, excitadas, embriagados por el triunfo miles de rancagüinos explotados de júbilo, destruyeron la historia, estadísticas, una fiesta de ellos para ellos. Festejar al máximo la noche mágica esperada durante 58 años, para ver aparecer su primera estrella en un esplendoroso cielo celeste.
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